PRIMER VISTAZO: UNA SOLDADESCA SALVAJE
Los vecinos de la primitiva Habana estaban convencidos de que era mejor vivir a merced de corsarios y piratas, que soportar a la desmandada guarnición de la Real Fuerza.
Aquello no era una tropa, sino una horda de salvajes incontrolables.
He aquí algunas de las ordenanzas que se vio obligado a aplicar el alcaide del castillo: “El soldado que echare mano a la espada contra otro, será ahorcado de inmediato. El que blasfemare de Nuestro Señor, de Nuestra Señora o de los santos, irá al cepo por treinta y un días. Ningún soldado podrá ser ladrón. Los soldados no se podrán jugar la ropa a los naipes”.
Y, por último, se envía por quince días al cepo a quien satisfaga sus necesidades fisiológicas por sobre los muros de la fortaleza.
SEGUNDO VISTAZO UNA COLINA PELIGROSA.
Durante más de dos siglos, todo el que pasaba por San Cristóbal de La Habana, con sólo observar la elevación al este de la bahía, hacía el mismo comentario: “Quien se apodere de las alturas de La Cabaña, es ya dueño de la plaza”.
En efecto, desde allí era posible lo que en artillería se ha llamado “tiro a caballero”, o sea, el que favorablemente se efectúa desde una altura. Pero las autoridades hacían oídos sordos a tan atinadas prevenciones, y la loma de La Cabaña permaneció desguarnecida.
Cuando el ataque británico, desde La Cabaña acribillan la ciudad con veinte mil bombas de artillería.
Al restaurarse el mando español en La Habana, construyen el colosal Fuerte de San Carlos de La Cabaña. O sea, algo así como poner cerrojo después de ser robado…
TERCER VISTAZO: UN HOMBRE INDESCIFRABLE
Al sevillano Bucarelly, quien gobernó aquí en el siglo de los mil setecientos, se le podía acusar de casi todo: desde su descarada inclinación a recibir soborno, hasta su fealdad, capaz de meterle el miedo en el cuerpo al mismísimo susto.
Pero había un aspecto en el cual se hallaba libre de todo pecado, distante de toda sospecha: su cuidado del secreto estatal. Aquel hombre era impenetrable, algo así como la misma discreción disfrazada de andaluz.
Y, ¿saben ustedes, amigos que me escuchan, hasta donde llegó aquel gobernador en sus extremos? Pues dígase que tuvo como secretario a Don Melchor de Peramás, quien, igual que él, dominaba el griego y el caldeo, idiomas en que se intercambiaban las notas que no debían ser de dominio público.
jorge el curioso
18/4/16 9:29
Un saludo Don Argelio....y creo que hoy muchos siguen pensando lo mismo....ajajaj
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