Vendiendo por las calles de La Habana el diario El Imparcial, transitaban dos verdaderos ases.
Uno de ellos, quien sería el Kid Chocolate. El otro periodiquero, un auténtico mago del pregón. A este último le bastaba con que aquel día se informase sobre raros ruidos nocturnos en una casa, para que saliese gritando: “¡Mira! ¡Cómo están los muertos en Jesús del Monte, que no dejan dormir a las familias decentes!”.
Pero una vez al periodiquero estrella se le cerraron todas las vías. Ni una catástrofe. Ni un crimen pasional. Nada.
Entonces, salió a la calle gritando: “¡Vaya, El Imparcial con fotos y detalles del crimen de mañana!”.
Sí, algo como para dejar chiquito a García Márquez con su Crónica de una Muerte Anunciada.
SEGUNDO VISTAZO: LA TOÑA EN CHIRONA
La imaginación nos remonta hasta el ya remoto año de 1941, cuando el mundo se está desangrando en los campos de batalla. Y en Cuba se reciben, indirectamente, las reverberaciones del conflicto.
En el campamento de Tiscornia se aglomeran cientos de inmigrantes, fugitivos de la guerra, entre los cuales se encuentra lo mismo un sombrerero francés que un militar prusiano.
Y, en aquel año, a aquella masa de gente anónima se suma un nombre muy conocido. Toña la Negra, quien es recluida en Tiscornia, pues su permiso de estancia en Cuba ha expirado.
Y dicen algunos chismosos que todo fue un complot de ciertos colegas de la mexicana, envidiosos de su popularidad entre los cubanos.
TERCER VISTAZO: UN AERONAUTA FRUSTRADO
Entre los globonautas que durante el siglo diecinueve ejercieron tan arriesgada profesión en San Cristóbal de La Habana, ninguno más fracasado que el francés Morat.
Preparó su hermoso globo, “El Cometa”, e invitó a un banquete en el aire.
En la barquilla, sobre una mesa, había carne, pan, vino y otros muy exquisitos manjares. Claro, para participar había que contribuir con varias onzas de oro.
Ah, pero en tres ocasiones intentó efectuar la comilona aérea, sin que el grácil globo se despegara ni una pulgada del suelo.
Gobernaba entonces en Cuba Gutiérrez de la Concha, un militarote que no tragaba de boberías, quien ordenó a Morat devolver el dinero, y lo mandó a la cárcel con globo y todo, acusado de ser un vulgar estafador.
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