PRIMER VISTAZO: UN CUBANO INOLVIDABLE
Él fue, sin lugar a dudas, un compatriota digno de nuestro recuerdo emocionado. Hombre de cultura, esta no le bastó para sí mismo, sino que fundó a sus expensas una escuela pública en Guáimaro. Ante notario público, declaró libres a sus esclavos, décadas antes de que Abraham Lincoln hiciese lo mismo.
Y él, Joaquín de Agüero, se alza en armas contra el poder colonial en 1851. Termina sus días frente a un pelotón de fusilamiento, pues el pueblo ha envenenado al verdugo que debía ejecutarlo en el garrote.
Y cuenta la leyenda que un niño de nueve años, conmovido, mojó su pañuelo en la sangre del mártir, para conservarla como sagrada reliquia. El pequeño se llamaba nada menos que Ignacio Agramonte.
SEGUNDO VISTAZO: EL QUE NACIÓ MULATO Y SE MURIÓ BLANCO
Vicente Escobar se siente casi realizado socialmente: es pintor de cámara de Su Majestad y se ha casado con una blanca. Pero dije “casi” realizado. Sí, porque al primer pintor cubano de relevancia no le gusta el color de su pellejo.
Entonces su amigo, el gobernador Vives, le recuerda que el rey ha decidido que por quinientos reales a cualquiera se le puede “dispensar su condición de pardo”. O sea, blanco por decreto, si la moneda va por delante.
Así, Escobar fue inscrito en el Libro de Bautismos de Pardos y Morenos, pero, al estirar la pata en 1834, se le anotó en el Libro de Defunciones de Españoles. Allá él. Su dinero le costó. De todas maneras, el pintor mucho me recuerda a Michael Jackson.
TERCER VISTAZO: LA FIESTA DE LOS TROMPONES
Cuando hay “peste a guapo” en el ambiente, cuando pueden empezar a llover bofetadas, no faltará quien comente: “Caballeros, ¡esto va a terminar como la fiesta del Guatao!”.
En fecha que no saben precisar chismosos ni historiadores, El Guatao fue escenario de una fiesta en la cual reinó la belleza —y la coquetería— de Fela Cuesta, una cristiana que estaba como para chuparse los dedos.
Fela le guiñó un ojito a uno de los galanes, le suspiró a otro, y a un tercero le juró amor eterno. Esto terminó en bronca de varios contusos, el mobiliario hecho astillas y estropeados hasta los instrumentos de los músicos.
Por eso, cada vez que en el aire pende la amenaza de unos bofetones, se comenta: “¡Esto va a acabar como la fiesta del Guatao!”.
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