Primer vistazo: el año 1568
Bartolomé Cepero, quien ejerce como procurador de la villa San Cristóbal de La Habana, informa indignado al Cabildo que “negros y negras se llaman reinas y reyes, y hacen juntas y banquetes de los cuales nacen escándalos, y pide que esto se remedie”. Fue, a no dudar, un antiquísimo antecedente de la represión a los cabildos africanos.
El más desaforado relajo se enseñorea de La Habana de 1568.
Así, la indisciplinada guarnición crea desórdenes en la carnicería, mientras gobernador, alcaldes y regidores se quejan amargamente de que “los bastimentos que se venden en esta villa, de pan, frutas y legumbres, se venden secretamente, de lo cual redunda daño”.
(A no dudar, hay fenómenos contemporáneos que tienen remotos antecedentes).
Segundo vistazo: ¿Momia o pierna de jamón?
En esta postal nos vamos a 1912, cuando Emilio Bacardí Moreau anda muy lejos de su ciudad natal. El patriota y escritor santiaguero se encuentra a miles de millas de los escenarios donde situó la acción de su novela Vía Crucis. En compañía de su esposa, está nada menos que en Egipto.
El viaje no es tan sólo de placer: ha ido a tierra de faraones para enriquecer el museo, que ha fundado en Santiago, con una momia egipcia. La adquiere, y el traslado es una odisea, luchando contra las restricciones burocráticas en El Cairo, Hamburgo y Nueva York.
Cuando embocan la bahía santiaguera, piensa que ya han terminado sus tribulaciones. Pero allí un aduanero no muy inteligente no sabe si clasificar la momia como obra de arte o como carne curada.
Tercer vistazo: El Mundo mató a Cuco
Como parte del paisaje municipal, las calles del villareño pueblo de Vueltas presenciaban el paso de Cuco, el más conspicuo borrachín de la villa.
A cada momento, hacía un alto en su andar zigzagueante, luchaba por mantener el equilibrio, y siempre gritaba: “¡El mundo no va a acabar conmigo!”.
Los vecinos invariablemente se preguntaron qué significaría el eterno lema del curdita, eso de “El mundo no va a acabar conmigo”.
Pasaron los años, y los excesos de Cuco lo llevaron al lecho de muerte. Entonces todo se supo.
El moribundo, con voz estropajosa, le dijo a los presentes: “¡El mundo acabó conmigo!”. Y con una mano señaló hacia un rincón de su cuartucho, donde reposaba una botella del indigerible vino marca “El Mundo”.
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