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sábado, 23 de noviembre de 2024

La más escandalosa estafa que hubo en Cuba

El timo anduvo alrededor de una codiciada perla rosa...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 21/04/2018
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La Habana-1920
La Habana de los 1920, donde ocurrió la engañifa.

Estoy desesperado.  Pago lo que sea con tal de mitigar la pena que aqueja a mi esposa”.  

Eso declaró el distinguido caballero, mesándose los cabellos, con la angustia retratada en el rostro.

Y le dijeron que se marchara  seguro, libre de toda preocupación. Que le cursarían un cable al punto del planeta donde  se encontrase en el momento en que fuera cumplida su encomienda.

Sí, eso contestó el joyero, tras los gruesos cristales de gafas en montura dorada. 

Y cuando el visitante abandonó la joyería, el dueño se frotó las manos, avizorando copiosas ganancias en el inesperado asunto.

Ni de lejos sospechaba que se estaba montando el dispositivo para la más sensacional e ingeniosa estafa ocurrida en Cuba.

Los hechos ocurrieron allá por los locos años veinte.

MIRE USTED CÓMO PASARON LAS COSAS

Se dice que todos los días sale un bobo a la calle. Y, en la ocasión que nos ocupa, tan desairado papel le correspondió a aquel joyero cuyo negocio, si la memoria no me flaquea, estaba ubicado en la centrohabanera y concurridísima Calle Galiano.

Sí, llegó aquel caballero distinguido, y, ansioso, le ofreció una millonada por cierto encargo.

Ah, amigas; ah, amigos: el asunto estriba en que el comerciante en joyas iba a ser la víctima propiciatoria, la mansa paloma, en el más sonado timo registrado en Cuba desde que Colón puso plantas en Bariay.

Pero…  reconstruyamos el escenario temporal donde se escenificó tan singular acontecimiento.

EL PAÍS DE ENTONCES

Es Cuba y corrían los años veinte.  Mandaba --a su modo--  el presidente Alfredo Zayas Alfonso, personaje con un pasado heroico en las luchas independentistas. Ah, pero el hombrín, tan pronto se pegó al jamón –entiéndase que obtuvo el poder--  instauró el más absoluto relajo gubernamental. Corrupto, practicó el nepotismo, es decir, no hubo pariente ni ariente que no obtuviese un destino respetable a costa del Estado. Y propició que el premio de la lotería correspondiese a un billete comprado... ¿saben por quién? Pues por la mismísima Primera Dama.

El credo del presidente se  sintetizaba en su frase favorita: "Los oposicionistas pueden publicar lo que quieran, que yo haré lo que me dé la gana".

PERO REGRESEMOS A LO NUESTRO

Por aquellos días en que Zayas mandaba, llegó a la capital, en un lujoso barco de turismo, cierta pareja que, por su distinción singularísima, por sus finas maneras, por su mucha "elegancia en la persona" --como antes decían--,  pronto cautivó a la "crema", a la “flor y nata” habanera.

0 quizás su popularidad surgió de la noticia --rápidamente filtrada por boca de un bancario parlanchín--   de que la pareja había efectuado un importante depósito en una institución capitalina, en calidad de "calderilla", dedicada a menudos gastos de viaje.  La suma ascendía a un millón de pesos.

Pronto la pareja fue obligada presencia en toda soirée habanera que se respetara.  Ella, curiosamente, siempre aparecía luciendo unos coquetones pendientes, cada uno adornado con una rara perla rosada.

Ya estaba montado el ingenioso dispositivo para el golpe maestro, una página genial en los anales del delito.

LOS HECHOS CONTINÚAN

¿Guardan ustedes en la memoria los versos de Darío... sí, aquellos que dicen “La princesa está triste, / qué tendrá la princesa. Los suspiros se escapan de su boca de fresa, / que ha perdido la risa, que ha perdido el color...”. Pues de ellos han de haberse acordado los habaneros en la ocasión que nos ocupa.

La noticia dejó consternados a los corrillos de la chismografía aristocrática: la radiante fémina de la pareja, aquel alegre ser escapado de un cuento de hadas, había caído en la más profunda de las melancolías. Encerrada en un cuarto del hotel

--comentaban los mejor enterados--  no cesaba de llorar la pérdida de uno de los pendientes de perlas rosas, preciado regalo de bodas.

Como ya vimos, el desesperado cónyuge visitó al más acreditado --y de mayor caudal-- joyero de la plaza.  Su oferta era exorbitante, pero la recuperación espiritual de su amada bien merecía pagar, por una perla similar a la extraviada, treinta veces su precio habitual.  Todo, absolutamente todo, por restituir el arete perdido.

Y quedó sellado el convenio.  Por tratarse de viajeros incesantes, que pronto abandonarían la plaza, quedó acordada una comunicación permanente, a cualquier latitud a donde hubieren ido el preocupado caballero y su entristecida consorte.

EL ÚLTIMO LAZO DEL TIMO

Ah, amigos míos, de inmediato va a hacer su aparición la tercera pata de la mesa.

Sí, dos semanas después de que fuese sellado el trato entre el joyero y el distinguido gentleman, un distraído cliente recorría con la vista los anaqueles de la joyería.

De pronto, un gesto de sorpresa se retrata  en el rostro del empleado allí presente, que no tarda en llamar al dueño: el visitante exhibe, en un pasador de corbata, la ansiada perla rosa.

El joyero, experto en zalamerías, invita a la presa  a su oficina.  Sólo para conversar, sobre cosas triviales, dijo.

Y comenzaron las ofertas.  Pero el hombre erre con erre, y no había quien lo sacara de sus trece. Que si era una reliquia, que si su abuelita, que si el valor sentimental, que si las joyas familiares son un santuario del recuerdo, que si no se comercia con las cosas del corazón, que si patatín, que si patatán...

Finalmente, baja banderas: con dolor se deshace de la perla, claro, vendida a un precio que multiplica su valor por treinta..

No hubo respuesta al cablegrama, cursado a la última dirección del distinguido matrimonio, en Marsella.

A esa hora la ingeniosa pareja y su cómplice se desternillaban de la risa recordando la avidez del incauto joyero.

Y quizás metieron tremenda fiestanga, amenizada con danzones aprendidos durante su estancia habanera.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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