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viernes, 22 de noviembre de 2024

En nuestro ayer, un sonado crimen

Una historia de amor mezclada con un poco de crónica roja...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 14/06/2014
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Patricia Schmitt
Patricia durante el juicio.

Dicen las malas lenguas –generalmente las mejor informadas del mundo--  que Él fue recibido por Ella en su cálido lecho, en esa Habana –ya de por sí tórrida--  de 1947.

Pero, para el asunto, bien poco importaba si Él, ese puertorriqueño, hubiese disfrutado o no de los favores que Ella dispensara en la alta madrugada. Porque el borinqueño ante sí tenía la materia primaria que siempre lo apasionó: el tremendismo, la altísima temperatura emocional y la violencia criminal.

Dice algún informante que para su empeño, allá donde Él residía, junto al habanero Parque Maceo, contó con la ayuda de Joaquín Mauricio Mora, un pianista y bandoneonista argentino quien era –aunque usted no lo crea--  más prieto que los testículos de un grillo.

Lo cierto es que Él, mañana, con la Sonora Matancera, pitará el bolerón inolvidable.

Quien se mesa los cabellos en la afiebrada tarea, mientras fuma incansablemente –vaya usted a saber qué--  es Él, Daniel Santos, El Inquieto Anacobero.

PERO, ¿QUIÉN ERA ELLA?

Ella, Patricia Schmitt tuvo biógrafos, muy a posteriori. (Sí, los que vinieron a husmear en su vida después de que fuera la protagonista de aquel hecho sangriento).

Dice un colega que Ella nació en Toledo. (Claro, para un periodista yanquirule, tales coordenadas no se refieren al asentamiento castellano donde confluyeron armónicamente tres culturas. Además, llevan el nombre de Toledo cinco ciudades de los Estados Unidos y otras siete de Canadá. Pero, de seguro, el colega se refería a la de Ohio, asentamiento de un cuarto de millón de almas. Sí, alude a una ciudad estadounidense, reputada por producir muchos jeeps).

Era la hija de un farmacéutico de la localidad, y  aseguran que se graduó con laureles en la secundaria. Siempre, los condiscípulos, recordaban sus ojos color almendra. (Hay otras versiones. Una afirma que nació en alguna de las islas que el Caribe anglófono.  Se entiende: así son los personajes borrascosos).

Pero la joven Patricia –bien dotada en más de un sentido--  aspiraba a más. Y se va a bailar en Chicago, como una joya “exótica”. (De ahí vendría que después, en La Habana, fuese una danzarina “hawaiana”).

En Chicago conoce a John Lester Mee, abogado, poeta, medio chiflado  y, además, rodeado por una aureola de heroísmo por haber sido comandante  de una torpedera durante la Segunda Guerra Mundial.

Ya se han convocado, sin lugar a dudas, todos los ingredientes para la gran tragedia que tendría a La Habana como escenario.

LOS HECHOS

Con 21 años, en 1946, parte la bailarina hacia Cuba, para aquí mostrar su desempeño artístico, en los cabarets de Playa de Marianao y en el teatro Fausto. Se hospeda en el hotel Sevilla.

Poco después le sigue su amante, John Mee, a bordo del yate que él mismo, oficial de marinería,  ha construido y que bautizó como Sátira, el pseudónimo  bajo el cual Patricia baila.

Fondea la nave a pocos metros del Muelle de Luz.

En la embarcación se establece un volcánico intercambio, que parece eterno, con las aguas de la bahía habanera por testigos. Se decía que la pareja salía a cubierta como Dios los trajo al mundo, y que también desnudos nadaban en la rada capitalina.

Ah, pero pronto la muchacha descubre que su amante es un hombre casado, y, para más afrenta, precisamente con una bailarina, llamada  Marelyn Drake.

¡El resultado? Pues que el 8 de abril de 1947 Patricia toma la pistola de Mee y le descerraja un tiro en la nuca. El agredido iba a fallecer en el Hospital Angloamericano de El Vedado, tras ocho días de agonía.

En el juicio, la bailarina alegó haber actuado en defensa propia. Que, al saber la situación de casado de Mee, intentó abandonar el yate, pero que él la mantuvo allí cautiva.

Al público masculino se le salen los ojos de las órbitas cuando ella muestra, en su cuerpo lozano, los magullones y arañazos producidos –según dice la acusada--  por las inclinaciones sádicas de su amante.

Durante la reconstrucción de los hechos en el yate –ocasión en que Patricia se desmaya--, la periodista del Chicago Tribune Norma Lee Browning se apropia del diario de Mee y de cartas para sus íntimas –que Browning esconde entre las ropas--,  pruebas de que Mee era un playboy totalmente desaforado.

En medio de tan dramática atmósfera, tanto la prensa como la opinión pública cubanas se solidarizaron con la muchacha, a quien catalogaban como la infeliz víctima de un desquiciado.

El caso no fue sólo seguido por los medios locales, sino que también tuvo reflejos en la prensa de Chicago, Miami y Los Ángeles. Hasta sucede que el tribunal recibe una carta de quien fuera maestra de Patricia en el cuarto grado, Mrs. Irene Tilly Wasserman, implorando clemencia.

Joseíto Fernández, en su superescuchado  programa “La noticia del día”, dedica una guantanamera al asunto, rogando compasión por Patricia.

En Cuba, está de más decir que el público femenino estuvo de su lado. Pero es más: el varón cubano, siempre tan cuidadoso de su atenta compañera, también cerró filas. A un pariente mío, un macho oriental terrorista de la Revolución del 30, lo vieron derramar lágrimas por la muchacha. A él, entonces ateo que no creía ni en la madre de los tomates, lo observaron cómo se hincaba, pidiendo al cielo que no fueran tan inmisericordes con la muchachita.

Entre los defensores estuvo, el abogado Carlos M. Palma, Palmita, quien desde su oficina en la Manzana de Gómez-- además de editar la revista farandulesca Show-- se preocupaba por ejercer la defensa de prostitutas maltratadas y gente afín al mundo del arte.

Severo, muy severo,  fue el criterio de los jueces, quienes impusieron a Patricia una pena de quince años de prisión.

No obstante, Patricia no iba a permanecer ese tiempo entre rejas.

Regía entonces los destinos de Cuba el presidente Ramón Grau San Martín, entre cuyos lemas demagógicos se contaba aquello de “Las mujeres mandan”. De manera que la indultan tras 17 meses de prisión, precisamente en las vísperas de que Grau abandone el poder, mientras la bailarina está jugando con sus gatos en la cárcel de mujeres de Guanajanay.

UN CIERRE, CON ALGUNA DUDA

Tan pronto obtiene la libertad, Patricia vuela hacia los Estados Unidos, para reencontrarse con sus padres, quienes la habían visitado repetidamente en su celda.

A partir de entonces,  su vida artística recibe un segundo aire, gracias a la alharaca formada en torno al caso criminal. Se dice que la Mafia estuvo preparando una presentación macabra, en que Patricia bailase junto a la viuda de Mee. Pero pronto se apagará su auge.

Y, aunque a mí no me conste, según fuentes habitualmente bien informadas, bajo nombre cambiado se casó con un prominente político centroamericano.

Sí no caben dudas de que, surgido en torno al hecho sangriento, Él, El Inquieto Anacobero, nos legó –dedicado a Ella--  un bolerón-tango para todos los tiempos:

“Tras un viaje glorioso al paraíso 
Quiso ella forjarse una ilusión 
La tragedia sin piedad y sin permiso 
Y traicionando su momento de pasión 
Puso un manto de color, era rojizo,

Frente al hombre que era toda su obsesión. 
Retiróse como toro enfurecido 
Atacando sin conciencia, sin razón 
Con la fuerza de una bala fue vencido 
Acertando atravesar el corazón. 
Oh Patricia, oh mujer adolorida, 
Tan costosa que fue toda tu ilusión, 
El destino vino a hacerte una sufrida 
Pero nunca, nunca pierdas el valor. 

Siempre acuérdate que un Dios hay en el cielo 
Nunca pierdas ni la fe, ni la esperanza, 
No lo hiciste ni por odio ni venganza 
Defendiste bravamente tu debilidad y honor”.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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