Durante una parte del siglo XIX, Santiago de Cuba se desternilló de la risa con las ocurrencias de Martínez, bohemio, callejero, bebedor y poeta “natural”.
Aquel tipo pintoresco no se perdía fiestanga donde pudiese empinar el codo gratuitamente. Pero siempre era bien recibido, pues todos esperaban por las perlas de su gracejo, de su chivadera cubiche.
Un día, en cierta comelata, bien rociada de líquidos espirituosos, los presentes se entretenían con el pasatiempo de los pies forzados, o sea, la proposición de un verso con el cual el retado debe finalizar una cuarteta o una décima.
Fue entonces cuando un bayamés, de apellido Royo, dirigiéndose a Martínez –quien ya estaba a medio palo--, le sugirió un disparatado pie: “el manso cordero bravo”.
El poeta popular lo miró de hito en hito y, levantando su copa, improvisó:
“Un bayamés animal
que sólo le falta el rabo
me dio pie para versar:
El manso cordero bravo”.
La vieja crónica que consultamos –del inolvidable Emilio Bacardí Moreau—no aclara cómo acabó el banquete. Pero se me ocurre que no tuvo un final muy pacífico.
(Nota: La estirpe de Royo no se ha extinguido. En una novela de ciencia ficción, publicada aquí hace unos años, leo que el protagonista caminaba por un pasillo “ancho y angosto”).
LÓGICA DE CURDA
Martínez no fue el único curdonauta poeta repentista que azotó las calles santiagueras en el siglo XIX. Las crónicas de la época también recuerdan a Luis Lagrolet, quien rendía culto lo mismo a las Musas que a Baco.
Un día, en la plaza del mercado, Lagrolet cayó al suelo fulminado, y no por un rayo, sino por esa sustancia que los químicos llamamos etanol.
Acertaba a pasar por ese paraje un médico francés residente en la ciudad. Con su erre arrastrada, tras examinar al paciente dictaminó:
- Requiere de un baño de pies. Juro que, con un baño de pies, abur borrachera.
Caritativamente, unos vecinos aplicaron a Lagrolet el célebre “baño de pies”.
Cuando el borracho volvió en sí, y le explicaron el tratamiento recibido, improvisó con voz aguardentosa:
“Me hace la gracia la ocurrencia
de este médico francés:
Querer sacar por los pies
lo que entró por la cabeza”
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