Queridas amigas, amigos dilectos, comadres y compadres:
Debo iniciar esta croniquilla admitiendo que la preside una frasecita hecha, manoseada, hueca, manida, kitsch, cursi, es decir, picúa.
¿Cuántas veces, en cronicones jaboneros radiales de medio pelo, allá por los años ‘50, escuchamos aquello de “el baúl de los recuerdos”?
Pero admitámoslo a regañadientes: la frasecita resulta imprescindible. Porque, ¿dónde uno atesora desde la primera afeitada hasta el inaugural beso a la noviecita? Pues en ese tan traído y llevado cofre.
Y hoy yo abrí el dichoso baúl para, desde el fondo de la memoria, entregarles esta insignificante anécdota.
Una trampa del idioma
De ese cofre extraigo un hecho que tiene por escenario cierto hospital del nororiente cubano, propiedad de la United Fruit Co. –sí, la torva compañía norteamericana Mamita Yunái--, donde mi padre ejercía como laboratorista clínico.
Lo dice el diccionario, clarito, clarito: el verbo “esputar” equivale a “expectorar” o “escupir”.
Recordado esto, sépase que aquella mañana, en el hospital, cierto médico pasaba visita. Al contrario de sus colegas, quienes siempre se esforzaban por que se les entendiese, él pretendía mostrar superioridad abusando de los tecnicismos de la jerga profesional.
Se acercó a la cama de una paciente, quien estaba acompañada por la madre. Y en la rutina del interrogatorio clínico, preguntó: “Señora, ella esputa?”.
Entonces la madre saltó como un resorte: “Sí, verdad que es una muchacha muy alegrita, algo salpicona, pero… lo otro, médico, lo otro… ¡es una exageración!”.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.