Yo eché el poco cuerpo que tengo en una zona, de la nororiental comarca banense, que llamaban el Barrio de la Compañía.
Y no era ésa una compañía cualquiera. No, nada menos que la United Fruit Company, la tenebrosa Mamita Yunái, la que tumbaba un gobierno, sin que le temblara un músculo, en un weekend.
En el hospital de los americanos mi padre oficiaba como laboratorista clínico. Y mis playmates, mis compañeritos de juego, respondían a nombres como Johnny Keany, Henry Barnard o David O´Sullivan.
No obstante esa cercanía, nunca anidó en mi almita la servil admiración que advertía en más de uno de mis coterráneos. (Quizás, para mi bien, yo traía en el torrente sanguíneo cierto levantisco ADN familiar).
Todo lo dicho anteriormente no me impide declarar, con la mano sobre La Biblia, que entre ambos pueblos ha existido, durante siglos, un muy intenso juego de toma y daca.
Los intercambios menudean. Yo sólo escogeré un puñadito de ejemplos, de muy diversas épocas, seleccionados al azar, a tontas y a locas:
- El aporte de los cubanos a los rebeldes de las Trece Colonias fue invaluable, tanto financieramente como con hombres que se batieron corajudamente en el campo de batalla. Juan Miralles, el cubano que se ocupaba de hacer llegar recursos a los independentistas, murió en la residencia de George Washington.
- Sería reinventar la proverbial agua fría, incursionar en territorio de Perogrullo, declarar que nuestro deporte nacional es el beisbol, hechura de los norteamericanos.
- En Cuba hallamos al primer país de habla hispana que tuvo ferrocarril, una década antes que la Metrópoli. ¿Quiénes fueron los cerebros de aquella empresa pionera? Pues, en su mayoría, ingenieros norteamericanos.
- Cuando los Estados Unidos, con las artes del redomado oportunista, interviene en la confrontación entre cubanos y españoles, recibieron una que otra paliza de las tropas ibéricas, que pueden haber sido de todo, menos pusilánimes. ¿Quiénes les sacaron las castañas del fuego? Ah, pues las bravas huestes mambisas.
- Los Estados Unidos no habrían concluido el canal de Panamá si no hubiese existido un camagüeyano llamado Carlos J. Finlay. La fiebre amarilla les habría impedido ejecutar la obra.
- La cercanía del coloso hizo posible que ellos y nosotros inaugurásemos la radio comercial en el mismo año (1922) y que Cuba se contase en la avanzada de la televisión latinoamericana.
- Para los estadounidenses, “un espectáculo” se ceñía a Frank Sinatra cantando, acompañado de un pianista, en un bar del Waldorf Astoria. Tendrían que venir a Cuba para ver, en los escenarios siderales que Rodney concebía, a aquellas imposibles mulatas que volaban, inadecuadas para aquejados cardíacamente. ¡Eso sí era un espectáculo!
Y así, ad infinitum, en la relación de este mutuo intercambio.
Pero quisiera cerrar con broche de oro.
Sí, recordando a un norteamericano cuyo nombre, hasta al más iletrado de mis compatriotas, le pone los ojos en blanco: Ernest Miller Hemingway.
El Papa. El que se declaró, ante las cámaras, “un cubano sato”. El que puso su medalla del Premio Nobel a los pies de Cachita de Chago.
Aquí se metió a conspirador, contra Chapitas, la hiena dominicana. Aquí descubrió la Corriente del Golfo, esa Gulf Stream que iba a ser uno de sus personajes cardinales. Aquí inventó el daiquirí Special Papa, sin azúcar y con el ron duplicado. Aquí se casó con la mujer definitiva, su “gatica”.
Y, en esta riflexión –como decía Zumbado--, junto con el recuerdo de El Papa me llega el de mi abuelo.
Aquel sabio hombre de central azucarero alguna vez me dijo que no era imprescindible adorar al vecino, pero sí esforzarse por vivir con él en santa paz.
Y ojalá cristalice el sueño de mi antepasado.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.