Bajo cualquier cielo, en la latitud que usted escoja, fuese por una característica física o por una moral, o gracias a las sencillísimas ganas de jeringar al prójimo, siempre existió el apodo.
Hace casi dos milenios y medio hubo un filósofo que, aunque nombrado Aristocles, lo llamaban Platón, por su frente amplia.
Al emperador romano Cayo Julio César Augusto Germánico (12-41 d.C.) se le denominó Calígula porque cuando tenía tres años ya peleaba, vistiendo uniforme, el cual incluía pequeñas cáligas, por lo que Calígula significa algo así como “boticas”.
Entre nuestros ascendientes ibéricos estuvieron desde Enrique IV (1425-1474), a quien por sus pocos arrestos viriles apodaron El Impotente, hasta aquella arrebatada —dicen que por el amor perdido—, la cual se ganó el mote de Juana la Loca (1479-1555). También por esas tierras sufrieron a José Bonaparte, a quien apellidaron Pepe Botellas, por su inclinación a lo que algunos de mis amigos llaman el “material combustible”.
Y, en todo el planeta y en diversos tiempos habría desde un Iván el Terrible (1530-1584) hasta un Billy el Niño (1859-1881).
EN CUBA, TAMBIÉN SE HA COCINADO ESE POTAJE
En esta, la Antilla Mayor, la gente come, bebe, viste y calza apodos. Puede ser que usted incursione en alguna barriada —lo mismo en Centro Habana que en Fango al pecho— preguntando por Lázaro de la Caridad Baró Mustelier. Y los comarcanos ponen los ojos en blanco, mientras elevan los hombros. Hasta que alguien, con memoria de elefante, exclama: “¡Sí, chico! Ese es Rabo Loco, el que vive en una casa despintaíta de amarillo, al lado del agromercado”.
El apodo ha acompañado a la literatura cubana en todas las épocas. Desde el negro Malanga de Cirilo Villaverde en Cecilia Valdés, hasta la prostituta que la imaginación desenfrenada del nunca bien llorado Gustavo Eguren, en su novela picaresca Aventuras de Gaspar Pérez de Muela Quieta, bautiza como la Wash and Wear (“lávese y úsese”).
Comenta Nicolás Guillén en su “Canción de los Hombres Perdidos”: “Caimán, El Macho, Perro Viudo son nuestros nombres en la vida y cada nombre es un escudo…”.
Si bien es cierto que hay apodos que no rebasan el nivel del inocuo gracejo, los hay que constituyen un chisguete de aceite de vitriolo, de ácido de acumulador. El firmante de estas líneas —atroz experiencia— ha visto matar por causa de un mote.
Vaya, a modo de muestra, el siguiente “florilegio”, recogido en calles y lomeríos, esquinas y ensenadas, plazas y desfiladeros: Veneno, Bola 'e Churre, Buey Echa'o, Chocho Loco, Pepe Meninges, Flor de Peo, Picadillo, Chorro ´e Plomo, Puente Roto, Yegua Bizca, Chicha Tragalotodo, Burro Triste, Barra 'e Catre, Trípode, Minipipi, Vaso 'e Leche, Tropelaje, El Tránsfuga, Tiempo 'e Agua, Caguama, La Morcilla, Bajichupa, Va-que-jode, Porcentaje, P… Zurda.
Aquí no han faltado Bandera Yanqui (la clavaron hasta en la luna), Caracol (por cornudo, arrastrado y baboso), Dios (no lo puede ver nadie) o Estribo (solo sirve para meter la pata). Hay en Cuba apodos que son el verdadero espejo de un alma. A cierto apesadumbrado amigo mío —por demás muy buena gente—, no se le puede preguntar “¿Cómo estás?”, pues es sabida la respuesta. Por eso lo llamamos Tojodío.
PERO EL ASUNTO AQUÍ PICÓ MÁS ALTO
Por estas tierras, no se conoce una vacuna contra el apodo. De ahí que hasta los encaramados en la cumbre, incluidos los presidentes, tampoco gozaran de inmunidad ante el nombrete.
En 1902 se inaugura la “República de Generales y Doctores”, cuyo desfile presidencial encabezó Tomás Estrada Palma (1835-1908). El bayamés, aunque contaba con un pasado como educador, no se caracterizó por su brillantez intelectual. El hecho se plasmó en el remoquete que lo iba a perseguir de por vida, y que el puertorriqueño Ramón Emeterio Betances refleja en estas palabras: “Es un hombrecillo nervioso que, sentado en un sillón, apenas alcanza el suelo con el pie. Cuando está hablando (vulgaridades) y diciendo que nadie ama más, que él, la libertad —en el orden—, y que todo se ha de hacer en el orden, le sucede que a veces le falta la palabra, y entonces extiende la punta del pie e involuntariamente da dos o tres golpecitos y escupe. Me dicen que en su pueblo le llamaban el Bobo de la Punta”.
El general José Miguel Gómez (1858-1921) no inventó la “botella” —sinecura, prebenda—, pero le dio copioso uso político durante su mandato. Por sus inagotables tragaderas para engullir al erario lo apodaron Tiburón. Y, como permitía que los demás también robasen, se puso de moda la frase “Tiburón se baña, pero salpica”.
Mario García Menocal (1866-1941) tuvo dos mandatos. Como antes había sido tiránico administrador de un central azucarero lo apodaron El Mayoral.
Alfredo Zayas Alfonso (1861-1934), con pasado independentista, fue el más ilustrado de todos los sumos mandatarios: brillante orador, abogado, periodista, lexicógrafo. Como presidente resultó el típico liberal corrupto latinoamericano. Lo apodaron El Chino, por sus rasgos asiáticos. Peor suerte corrió su esposa, María Jaén. Como ejerció “el más antiguo de los oficios”, la denominaron María Centén, pues con tal moneda —dicen— había cobrado sus favores eróticos.
A Gerardo Machado Morales (1871-1939) —general mambí de decimosexto orden— se le conoció como El Cuatrero, pues se dice que tal oficio desempeñó durante su juventud en comarcas del centro de la isla. También El Mocho, pues le faltaba un dedo de la mano izquierda. Pero, por su sanguinario mandato, quedó para la historia con el mote que le fijó el poeta y líder revolucionario Rubén Martínez Villena: Asno con Garras.
El doctor Ramón Grau San Martín (1887-1969), sin dudas, era un hombre de sólida cultura. Pero, cuando la prensa lo acosaba comenzaba a pronunciar incoherencias, para así eludir los temas espinosos. Se decía que Grau no “cantinfleaba”, sino que Cantinflas “grauseaba”. Por eso, un periodista le puso por apodo El Divino Galimatías.
Carlos Prío Socarrás (1903-1977) tuvo un destacado papel en las filas estudiantiles, durante la lucha antimachadista. Más tarde, ya presidente de la República, encabezaría uno de los dos mandatos “auténticos”, maculados por la corrupción. Pero no era muy generoso con sus compinches, por lo cual estos lo apodaron El Manquito.
Y, por último, tenemos a Rubén Zaldívar (1901-1973). (Perdón, quise decir Fulgencio Batista, personaje inventado con falsificaciones en el Registro Civil, donde finalmente apareció como blanco e hijo legítimo de un inexistente mambí). En su natal Banes, de joven, le llamaron Beno. Pero, ya convertido en hombre fuerte, sus guatacas —entiéndase aduladores— lo llamaron El Hombre, El Indio, El Mulato Lindo de Banes. Su esposa, Martha Fernández, lo trataba de Kuky, y de ahí salió el nombre de su residencia en las afueras capitalinas: Kukine. A no dudar, fue un recordista en cuanto a apodos presidenciales.
Una pregunta, a modo de despedida, querida amiga o amigo dilecto: ¿han estado ustedes a salvo de un buen nombrete? Creo que, al respecto, solo se puede declarar lo que decía un cofrade mío en cuanto a la infidelidad conyugal: “Que Dios nos libre de esa plaga… ¡si no la estamos ya padeciendo!”.
Silverio
11/11/17 10:29
El artículo aporta casos curiosos pero creo que incurre en una falta de respeto histórirca al llamar arrebatada aq Juana I de Castilla, la mal llamada "Juana la Loca". En la actualidad la casi totalidad de los estudios coinciden en que Juana I no estaba para nada loca, era una persona muy culta, discipula de Erasmo de Roterdam, ajena al fanatismo religioso de sus padres y con una personalidad fuerte. Desgraciadamente fue víctima del "abuso de genero" y encerrada en prisión por el marido, el padre y el hijo deseosos de tener el poder que le correspondía a ellos por derecho. Las Cortes españolas nunca la reconocieron como loca y San Francisco de Borja, General de los jesuitas que se entrevistó con ella al final de su vida reconoció que no estaba loca. La sublevación de los Comuneros de Castilla, posiblemente la primera revolución Burguesa de la Historia, tuvo entre sus pretenciones devolverle el trono a Doña Juana. De no haber sido apartada pro la fuerza del trono la historia de España, América y el mundo hubiera sido otra. Así que creo que no se debe hacer el juego a quienes la llamaron "loca" para justificar el crimen cometido contra ella.
Elotropo
15/10/17 17:20
Un ejemplo del personaje humorista criollo cubano que representa en él mismo ya, el primer apodo "Antolín" (el pichón) y la de personajes que dice él, son reales (Puerca jarta, Cujú cujú, Cundejo, etc).
Una señora demente de la década de los 40-50 de la serranía de Guane que usaba varias sayas una encima de la otra (Siete Sayas).
Y de mi tierra, un personaje que quedó inmortalizado en la película "Los dias del Agua", Antonio (Tony) Guaracha, de cuya misma época era un barbero que pelaba en la extinta plaza del mercado, y que apodaban "Se acabó el mundo".
Pero hay nombretes que identifican, por ejemplo: si a usted le dicen "Trompeta", ¿porqué será?.
victor manuel
14/10/17 15:52
Te falto nuestro invencible, nunca derrotado y primero en todo (ojo con lo de PRIMERO), En entrar al Moncada, subir al Yate Granma, bajar de el, subir a la Sierra, entrar en Girón, etc, etc, por eso aquello del Che, de que tenía toda la moral del mundo para pedir sacrificios al pueblo en nombre de la Revolución: EL CABALLO (el UNO), ni tengo que decir quien es, Vida eterna para el.
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