Un colega de Sancti Spíritus disertaba en la década de los 90 del siglo pasado sobre la importancia de tener nombres propios, pero inmediatamente descubrimos que se llamaba Cristóbal Adán Felipe Antonio, aunque para acreditarse las informaciones periodísticas que redacta solo escribe el primero seguido de un apellido: Álamo, y a veces agrega Pérez.
Cada nombre le fue puesto en honor a un familiar, pero en aquellos años nuestro quehacer periodístico quedaba en el más completo de los anonimatos porque ambos estábamos en la corresponsalía de la Agencia de Información Nacional —que actualmente ya no es “de Información Nacional” (AIN) sino “Cubana de Noticias” (ACN)—, donde su crédito se convirtió en las iniciales CAP, al final de cada despacho cablegráfico.
Y el mío quedó en litigio con el colega, entonces radicado en Ciego de Ávila, Alfredo Carralero Hernández, quien concluía sus notas con un ACH, exactamente como mis iniciales de Arturo Chang, pues por aquel entonces existía la CH.
Por la antigüedad del oponente, tuve que ceder y convertirme en FA (Félix Arturo) en la Agencia…
Por aquellos años, participé varias veces en la localidad espirituana de Guayos en la cobertura de la visita de la madre del mártir Remberto Abad Alemán al central azucarero que ostenta ese nombre, y en algún momento de la entrevista ella comentó sobre el hecho de que nunca ponían el segundo apellido a su hijo.
Cuando le pregunté ¿Y no es Alemán?, con mucha dulzura respondió: “Abad es el segundo nombre, y yo soy de apellido Rodríguez”.
También en una conferencia de prensa, nos hacían la observación de que los periodistas debíamos decir qué significa la letra jota de Carlos J. Finlay, y la charla derivó a que el nombre es Juan Carlos, aunque firmaba siempre Carlos J.
Al recordar lo sucedido con Remberto Abad comenté acerca de la importancia de decir también el segundo apellido del científico camagüeyano, y a varios sorprendidos hubo que informarles que es Barrés.
Durante otra cobertura periodística, en la cual el entonces presidente de la ANAP, José Ramírez Cruz, iba a participar en la inauguración de una organización de base campesina en una zona cercana a Placetas, antes de comenzar el acto solicitó saber el nombre completo de la entidad, pues únicamente le habían dicho: “XX Aniversario”.
Advirtió: “Cuando pasen los años, si no decimos de qué es el aniversario, nadie se va a acordar”, algo que ya está sucediendo con un policlínico de la capital de Villa Clara, al que todos identifican como XX Aniversario.
En un viernes del año 2015 publicamos ¿Cómo se llama la calle Belascoaín?, nota en la cual abordamos el caos para buscar una dirección cuando las calles han sido bautizadas y rebautizadas hasta en más de una ocasión.
Todos estos recuerdos a propósito de la propuesta repetida en estos días de volver a renombrar el Teatro Karl Marx (1975), que ya fue Teatro Charles Chaplin (inicios de la década de los 60) y originalmente Teatro Blanquita (1949).
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