Estoy seguro de que si no hubiera fallecido, y digo de quién se trata, sonreiría y haría uno de sus habituales gestos (es de lo que trata este post), pero no lo identificaré por respeto a su memoria y porque sin su consentimiento nunca lo haría.
Al desaparecido amigo le decía: “Tú eres de los que buscas las soluciones más complicadas para los problemas más sencillos que se presentan en la vida cotidiana, y entonces te enredas en hallar la solución y olvidas el problema”.
Sus compañeros lo hacíamos blanco de nuestras bromas sin que jamás hiciera ningún gesto de desagrado, ni nos recriminó, sino todo lo contrario, reía como el primero y se divertía dentro del grupo.
En realidad, sabía tomar decisiones y lo demostró, pero era de ese tipo de personas torpes para los trabajos manuales, y lo caracterizaba que si sentía algún picor, por ejemplo, cerca del ojo izquierdo, se rascaba con la mano derecha pasando la mano por detrás de la cabeza.
Lo recordé en la década de los 90 del siglo pasado, cuando le comenté sobre el tortuoso camino de hacer una simple gestión, pues sentenciaba: “Basta que una persona ocupe la responsabilidad de recibir trámites, y enseguida aprende a enredarse más que yo, lo que pasa es que conmigo ustedes se ríen y con esos empleados se recomen el hígado”.
Sus palabras me hicieron sonreír y realmente recobré el ánimo para continuar, pues ya estaba a punto de lanzar la recién comprada bicicleta al basurero porque a todos los empleados y funcionarios a quienes hice el planteamiento se concentraban en indagar cómo en una fábrica de producción continua pudo ocurrir mi problema.
Que yo hubiera pagado un necesario medio de transporte al que por la época llamaban “plátano burro” o “burra” y no la pudiera montar, pasaba a planos inferiores, y la tocaban y miraban haciéndose preguntas en voz alta: “¿Cómo pudo pasar esto?”.
Sin excepción, todos movían el pedal hasta que chocaba con otra de las partes de la bicicleta, comprobaban que la manivela estaba recta, y el desajuste imperceptible a simple vista era que toda la estructura estaba fuera de línea.
Unos la miraban como quien está delante de una rareza, otros dirigían su interés a saber cómo pudo suceder, hasta que les recordaba que no estaba allí para conocer las causas del problema, sino buscando una solución a un producto todavía en la etapa de garantía.
Finalmente, uno de los funcionarios valoró: “Eso no es un problema, es la única entre un millón”. E indicó que pudiera presentar el ciclo en el taller donde atienden las bicicletas en garantía, hasta que de gestión en gestión, determinaron darme otra.
Han pasado los años y lo lamentable es que todavía existen quienes no creen en que los problemas deben resolverse sin importar si lo padece un millón de personas o una sola de ellas, y que no es positivo mortificar a nadie con enredados trámites donde hallar la simple solución es peor que pasar el Niágara en bicicleta.
Juan Carlos Subiaut Suárez
13/6/22 12:14
Estimado Chang:
Los que no han tenido que "Pasar el Niágara en bicicleta, no saben lo que es la vida" como diría un comediante de felino nombre, es que hay, en nuestro entorno, gran multitud de indolentes, disfuncionarios, especialistas en buscarles un problema a cada solución y hacerle cada vez más difícil la vida al prójimo. Campeones olímpicos a la hora de decidir que si, con su acción, o más bien con su falta de acción, se le puede complicar la existencia a alguien, para qué facilitársela. Como dice: "existen quienes no creen en que los problemas deben resolverse sin importar si lo padece un millón de personas o una sola de ellas, y que no es positivo mortificar a nadie con enredados trámites donde hallar la simple solución es peor que pasar el Niágara en bicicleta."
Arturo Chang
15/6/22 8:03
Gracias por comentar.
Le cuento que un vecino, al leer el post, me dijo que existen los expertos en crear dos problemas por cada solución que uno le presente.
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