Los que nacimos el siglo pasado en pueblecitos que tienen nombre, pero se califican de “fin del mundo”, o de “donde el Diablo dio voces y nadie lo oyó”, solemos recordar siempre la calle alrededor de la cual se desarrollaba la vida del terruño.
En el caso de Casilda, la denominación de esa vía era Real y en aquella época solía ser muy frecuente que fuera s/n, es decir: sin número, y no hacía falta más datos para dar una dirección, ni siquiera para enviar una carta o telegrama.
Y si los niños salían a jugar sin compañía de un adulto, les advertían no ir a la calle Real, la única asfaltada, y que todavía hoy conserva ese privilegio que las demás no le han podido arrebatar porque siguen siendo de tierra y baches en seca y fango con charcos al llover.
La explicación de tales limitaciones era para que fueran a jugar a otras calles donde también podían entrenarse en los cuidados ante las nuevas tecnologías de la época: los entonces modernos automóviles, y varias rastras con cisterna para trasladar petróleo hacia una refinería.
Mientras no se tenía percepción del peligro ni se supieran reglas elementales de tránsito para peatones, había que estar por zonas seguras y solo se permitía jugar en la calle Real cuando los padres comprobaban que el niño no la cruzaba mientras viera un carro en el tramo de 700 metros que atravesaba el poblado.
Han pasado 60 años y la humanidad ha olvidado esa práctica del diminuto pobladito al sur de Trinidad, de enseñar a los niños a tener conductas responsables en el área donde los vehículos automotores podían lesionar temporal o parcialmente y hasta matar.
Tampoco el mundo parece recordar que hasta en ese diminuto lugar padres, maestros y la sociedad se ocupaban de que desde pequeños se aprendieran normas para estar a salvos por una calle como la de Casilda; y solo al comprobar que la lección estaba aprendida, era que se permitía andar por esa zona.
Actualmente lo que se ve en las pantallas despierta preocupaciones por lo dañina que pueden resultar, y hasta hay quienes las consideran más perjudiciales que aquellas nuevas tecnologías que rodaban antaño por la calle Real a velocidades que entonces eran altísimas.
El doctor Frank Peraza muestra sorprendido declaraciones de eminentes científicos que llaman al mundo a debatir a qué edad se debe permitir el acceso a celulares y redes sociales, y adelantan que sea a los 18 años de edad.
Prefiero el proceder que hubo hacia los vehículos de la calle Real y que en vez de limitar acceso, educar a los niños (y a los adultos también) para minimizar o eliminar riesgos y peligros de las nuevas tecnologías como lo que son: útiles herramientas para el desarrollo y valiosos instrumentos de trabajo, estudio y vida.
Era para ayer, pero no estemos sin hacer nada esperando a mañana, pues todavía hoy estamos a tiempo de educar y enseñar a andar por las pantallas, como aquella generación nos preparó para desenvolvernos por la vía Real sin accidentes.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.