Antes del despegue de Vietnam, cuando hacía poco allí habían canjeado la moneda a mediados de los 80 del siglo pasado, un colega amigo, ex condiscípulo de la Universidad de La Habana, jocosamente explicó que tanta cantidad de economistas había, como vietnamitas existían en la península Indochina y fuera de ella.
La chistosa observación la hizo cuando tras mi insistencia por ir a convertir un cheque en efectivo, resultó que la empleada del banco también era de las estudiantes vietnamitas con las cuales conviví en la beca habanera del edificio de 24 plantas de F y Tercera.
Su expresión no tenía nada de pregunta: ¿Arturo, tú viniste hasta aquí por esa cantidad de dinero? Le respondí en broma que era para casarme con ella y quedarme a vivir en Vietnam, pero en tono más serio después de las expresiones de alegría por el reencuentro inesperado, dijo: ¡No te alcanza ni para una cajetilla de cigarros!
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Como que las ciencias económicas no son mi fuerte, y ambos lo sabían, me explicaron que tenía una suma que meses antes era significativa, pero después del canje, todo había cambiado, mas no debía preocuparme porque había soluciones para mí.
Quise entrevistar al ministro de Economía saliente, pero eran realmente tantas sus ocupaciones en la transición hacia un nuevo titular de la cartera que me conformé con las experiencias en un pequeño comercio en Hanoi de propietarios de origen chino, cuyo aspecto me recordó la bodega de mis padres en Cuba.
Según las enérgicas indicaciones, debía aprovechar mis características de ser hijo de inmigrantes asiáticos, para ser considerado otro ciudadano vietnamita, posición desde la cual observé cómo junto a la mercancía, entregaban un papelito.
La explicación: se trataba de un documento en el cual el cliente tenía constancia de que dejaba en fondo dinero sobrante que no le devolvieron porque carecían de moneda fraccionaria, pues lo abundante era la de alta denominación.
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Todo lo contrario sucede en estos momentos en Cuba, donde lo difícil de encontrar son los billetes de 100 pesos en adelante, claro que son otras condiciones que nada tienen que ver con un canje de moneda ni otras realidades únicas en el país caribeño.
El denominador común entre ambos países ha sido que mientras decisores y teóricos se ocupan de asuntos tan delicados como los de la nación, cada persona toma sus decisiones de acuerdo con sus condiciones, sin pretender ni copiar a vecinos o colegas.
Mientras los especialistas investigan causas, consecuencias y vías para encauzar la economía en medio de complejidades regionales y mundiales, cada individuo contribuye al pensamiento y acción nacionales al aplicar en su ámbito alternativas no recogidas en manuales teóricos, ni tratado científico.
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Es en el plano hogareño o individual donde este experto en economía (una especie de Economía Popular), enfrenta pasar el mes con una pensión por jubilación de unos 1500 pesos, y obra el verdadero milagro de multiplicar panes para toda la familia.
Las personas comunes, corrientes, los anónimos, que son las mayorías, merecen reconocimiento de alto grado porque son quienes en su pequeño radio de acción deciden, aunque las grandes estrategias carguen con las glorias.
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