Cuando en el algo lejano 1968 recibí mis primeras clases de Filosofía, debí haber dicho algo de lo que yo mismo no tenía la más mínima idea, pues desperté inquietudes en Amparito, la profesora que comentó con sus colegas y otros estudiantes que había un alumno buscando la cuarta dimensión.
Desafortunadamente, descubrieron que el estudiante aludido era yo, quien inmediatamente quedé convertido en centro de atención casi toda la carrera de Periodismo, pues quedé como integrante de una expedición que estaba en la búsqueda de algo más que largo, ancho y alto, es decir una cuarta dimensión.
Poco después del incidente, hasta yo creí que era una broma de uno de los profesores de la asignatura, Salomón, quien seriamente nos hizo entender que estaba orientando escribir un artículo donde argumentáramos la relación entre la noticia, el espacio y el tiempo.
Las peripecias de esa tarea escolar quedarán para otro viernes, pues en esta ocasión, el tema es Redes Sociales, pues hay recuerdos que en estos días afloran insistentemente al observar cómo radio, televisión, prensa escrita y hasta sitios digitales, parecen ahogarse en la navegación por Internet.
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Fue quizás en 1996 cuando llegué a La Habana con un teléfono celular dotado de una capacidad de llamada de 10 minutos, pero si hablaba 15 segundos, me dijeron que lo descontaba como 60, por lo cual tenía una complicada estrategia de comunición.
En un determinado momento, si llamaban y colgaban era no, pero si se quedaba dando timbre, era sí, además de otros protocolos en los que una palabra de pocas sílabas tenía un significado concebido anticipadamente entre emisor y receptor, y que nada tenía que ver con las definiciones del diccionario.
El viaje a la capital cubana tenía que ver con la construcción de sitios digitales, y a través de telefonía fija habíamos acordado los pormenores de las gestiones para alojar la página web, y cómo hacer las coordinaciones con los celulares.
Todo iba bien hasta estar fuera del área de cobertura en la autopista, pero el anfitrión habanero tuvo llamar al fijo de mi oficina en Santa Clara para otros asuntos, y en cuanto le respondo dijo tantas cosas que casi todas quedaron en el olvido, pero la esencia es que llegó a la conclusión de que no había salido hacia La Habana. Colgó.
Minutos después le marco al celular desde el mío. Para no gastar, le lanzo una avalancha de preguntas, entre ellas, dónde estaba, a lo que indica que no estaría en su casa, pero que le dejará el paquete allí y después nos encontraríamos en su oficina.
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Al llegar vuelvo a llamar pero antes de que le pida que abra la puerta de acceso a la escalera para subir hasta su piso, para evitarme gastos en el teléfono, dice con rapidez: Llámame dentro de cinco minutos que hay un com… tocando el timbre.
Me preguntó si había llegado de Santa Clara en un avión, y yo lo interrogué para saber por qué estaba en su casa y no en la oficina hacia donde iría a verlo. Respondí que el teléfono fijo tenía transferencia automática de llamada hacia el celular y le contesté porque vi que era de su oficina; él explicó que calculó que el viaje Santa Clara-La Habana demoraría tres horas y que ya no estaría ahí.
Tras las aclaraciones de confusiones provocadas por un par de simples móviles, como quienes hablan de ciencia ficción, comentamos sobre cómo sería el segundo milenio con las nuevas tecnologías y soñamos despiertos sobre el desarrollo de los sitios digitales.
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Lo que no imaginamos fue que tales páginas web en el mundo parecerían naufragar enredadas por confusiones en redes sociales donde las falsas noticias, los datos dudosos y los sentimientos más disparatados, parecerían más reales que los de la realidad, donde vemos el largo, el ancho y el alto pero hay tendencia a creerlas menos verdaderas que la cuarta dimensión.
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