Cuentan que el orador no sabía si ir hacia el micrófono o salir corriendo delante del auditorio que escuchó al maestro de ceremonia decir:
“Y ahora, Fulano de Tal, que les va a decir unas boberías”, una presentación cuyos datos fueron tomados de las respuestas del propio orador cuando le preguntaron nombre, cargo y de qué hablaría.
En su defensa, el presentador explicó que cuando preguntó, la contesta fue: “voy a decir unas boberías ahí”, y que con el nerviosismo por estar ante tantas personas reunidas y mirando hacia ambos, no supo hacer otra cosa.
También de esta época se cuenta que hubo un acto multitudinario en una localidad en un día de fuertes vientos, que en un momento de descuido desorganizaron las hojas de papel donde estaba escrito el discurso.
Al notar que sus compañeros en la presidencia le hacían señales insistentes, se percató de que estaba releyendo una página, hizo un alto, y en pose de meditación, dijo serenamente:
“Les he leído por segunda vez este párrafo por su importancia, por favor ténganlo bien presente...”, y tranquilamente continuó la lectura hasta el final, cuando recibió el tradicional aplauso del público asistente a la conmemoración.
Y de estos tiempos también es el reclamo de mi presencia como periodista para reportar un acto cuyo discurso de clausura me habían encargado escribir precisamente a mí, y exigían que estuviera presente como si alguna vez hubiera ocurrido que el orador improvisara algo importante para añadir al texto.
Aunque nadie me lo informó oficialmente, hubo quienes hasta solicitaron una sanción por “incumplir” asistir a un trabajo, a pesar de que la noticia se publicó en tiempo y forma, ilustrada con una imagen tomada por el fotógrafo que acudió al lugar.
Al conocer de aquel intento declaré que yo era hasta ese día el redactor de sus discursos, pues cada cual que escribiera lo que iba a decir, y si no sabía, dije textualmente: “es una prueba de que no sabe hablar, y el que no sabe hablar, y habla por hablar, no puede dirigir”.
Otra de las peripecias en los andares periodísticos se originó cuando un orador extranjero, en la década de los 70 del siglo pasado, al concluir un acto de solidaridad en un centro de laboral, pidió conversar conmigo, y lo hizo con toda sinceridad:
"Yo no hablo bien español, y me escribieron este único discurso que leeré en todas las ocasiones”. Y con una sonrisa pícara agregó: “Se lo digo para que usted no se quede sin trabajo en los próximos días si va continuar con nosotros”.
Ante el aviso, le correspondí en una siguiente ocasión del recorrido que duró cuatro días: “Si ve algo que usted no dijo, es mi interpretación de su pensamiento”.
En cuanto a la primera oportunidad que me dieron (más bien me exigieron) de hablar en público fue en un cañaveral matancero en la Zafra de los Diez Millones (1969-70) cuando el orador no pudo asistir y en el campamento me pidieron que fuera yo quien dijera unas palabras.
Presenté la más socorridas de las enfermedades, y fue el colega Alberto Martínez quien hizo las conclusiones de aquel acto de premiación de macheteros destacados.
Luego de tales tensiones, me interesé por las técnicas para hablar en público, y ahora veo que muchas de las que conocí están contenidas en el siguiente video:
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