Nacer y crecer en el hogar de emigrantes asiáticos dota de privilegiadas experiencias personales para observar cómo personas cercanas que deciden emigrar suelen hasta denostar su país natal, Cuba, para justificarse ante ellos mismos por qué viven en suelo extraño.
Abundan los que como mis padres, nunca olvidaron su terruño y se iban alegrando cada vez que conocían de algún progreso de China, pero sentían no estar allí para disfrutarlos, y hasta quizás por haber perdido la oportunidad de aportar su esfuerzo.
Lamentable, pero también los hay que niegan el mérito de su nación de origen, donde disfrutaron desde 1959 del primerísimo derecho humano de nacer vivo, pues la mortalidad infantil compite con la de cualquier país desarrollado.
Y cierran los ojos y el entendimiento para ignorar que entre los emigrantes son quienes gozan de mejor salud gracias a disfrutar también desde su nacimiento del acceso a vacunas que han erradicado enfermedades.
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Tratan de no reconocerlo, pero de algún modo siempre hacen saber su origen cubano porque han visto que puede proporcionar ventajas para obtener empleo y mejores salarios que emigrados de otras naciones.
Aún cuando no aprovecharon todas las oportunidades de superación abiertas desde el mismo momento en que se convirtieron cuarteles en escuelas y maestros desempleados tuvieron trabajo, poseen una preparación ventajosa en el mercado laboral compuesto por emigrantes.
Esa formación les permite tener una base para hablar otro idioma y aprender con facilidad cómo desempeñar una faena y adaptarse a costumbres desconocidas hasta que arribaron a otro país donde establecerse en busca de mejores condiciones.
No quieren hablar del bloqueo y si lo hacen es para negar su existencia, pero el haber nacido en esas duras circunstancias, y crecer en un ambiente de resiliencia los forja con magníficas condiciones para vencer dificultades y progresar más que otros emigrantes.
Las inventivas a las que estuvieron obligados para solucionar numerosas dificultades les dieron entrenamiento con el cual no hay problema sin solución en el país más desarrollado que el suyo de nacimiento.
Personalmente no critico a los que para resolver sus penurias emigraron como mis padres, y comprendo que hayan tomado la decisión de radicarse en otro país a la tercera vez seguida que no lograban abordar un ómnibus para llevar a tiempo el hijo a la escuela.
Tampoco puedo estar en contra del que entregó mucho esfuerzo y cumplió ejemplarmente su trabajo, pero emigró por maneras irregulares e inseguras al carecer de vivienda propia y tener que vivir en la casa de los suegros con dos hijos.
Tanto unos como otros, todos los nacidos en Cuba, hasta los que somos descendientes de padre y madre emigrantes y conservamos costumbres incluidos el idioma, somos cubanos, pero hay "buenos cubanos" y "malos cubanos". Los primeros viven y trabajan por el bien de todos, aunque los segundos no participen o adversen la obra.
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