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sábado, 23 de noviembre de 2024

Opciones para la ONU y Siria

Para la organización mundial no se trata solo de no aprobar la agresión, mirar para otro lado o lavarse las manos. La tarea del momento es tratar de impedir el ataque norteamericano que se convertirá en una línea de no retorno…

Jorge Gómez Barata
en Exclusivo 12/09/2013
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Siria- manos
La tarea del momento es tratar de impedir el ataque norteamericano.

La idea de que en Siria se han cerrado todos los caminos y solo queda espacio para la brutalidad y la guerra es inconsistente. Tal cosa nunca ocurre en la política, un territorio en el cual se realiza la diplomacia puede imperar la negociación y no es extraño que las crisis se conviertan en oportunidades. Así aconteció en épocas pasadas.

En el contexto de la Primera Guerra Mundial, Thomas Woodrow Wilson, 28° presidente de los Estados Unidos, promovió la creación de la Sociedad de Naciones, el primer sistema de seguridad colectiva que fracasó al no poder impedir el rearme de Alemania y la II Guerra Mundial. El revés se debió a que sus acuerdos no eran vinculantes y a la carencia de medios militares y de marcos jurídicos para imponer sus resoluciones.

En 1941, en la coyuntura de la segunda conflagración mundial, otro presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt, retomó la idea y avanzó un proyecto apoyado por Winston Churchill y Josef Stalin: las Naciones Unidas, idea esbozada en la Carta del Atlántico en 1941.

Con aquel magnificó borrador, en un ambiente de urgencias y de cooperación, Estados Unidos impuso a sus aliados europeos occidentales un precepto que carecía de precedentes en el comportamiento de las grandes potencias en guerra: la renuncia a las conquistas territoriales, la intangibilidad de las fronteras y el respeto a los derrotados. La idea, observada escrupulosamente, hizo extraordinariamente populares a las Naciones Unidas y a sus promotores.

Concluido el conflicto, la Unión Soviética se abstuvo de reclamar su presencia en Austria y Noruega, países que liberó y de los cuales se retiró de modo ejemplar, y junto con Gran Bretaña evacuó sus tropas de Persia.
Por su parte, Inglaterra salió de África del Norte y Estados Unidos protagonizó una ocupación blanda de Francia, Italia, Alemania y Japón, contribuyendo a la democratización y la reconstrucción.

Aquellas circunstancias obraron el extraño milagro de que el más grande conflicto conocido por la humanidad, no dejara una zaga de odios y reservas. Los nazis, los fascistas y los militaristas japoneses, y no aquellos pueblos, fueron el enemigo.

La nota discordante provino de Winston Churchill, quien, alejado ya del poder, acuñó la expresión “telón de hierro”, e influyó sobre Truman en elaboración doctrinaria de la Guerra Fría, cuyo credo fue la “contención del comunismo”. El clima guerrerista se vio beneficiado por la Guerra de Corea (1950-1953), una siembra de vientos que costó más de tres millones de muertos y la ruina de Corea del Norte, sin aportar nada, excepto indicar que aquel no era el camino.

La Guerra de Corea, que la Unión Soviética pudo haber evitado usando la potestad para vetar la Resolución que condenó a Corea del Norte y concedió un mandato a Estados Unidos para encabezar las fuerzas de la ONU, se sumó a la desafortunada decisión de partir en dos el territorio de Palestina (1947) para crear allí dos estados, árabe uno y judío el otro.

Si bien la decisión de la partición será siempre discutible, lo es más el comportamiento de las Naciones Unidas que, a lo largo de 60 años, no han hecho nada para frenar los desmanes de Israel, cuyo comportamiento, que ahora finge ser discreto y neutral, es causante de muchos de los problemas, en especial de la inestabilidad política en el Levante.

Estados Unidos, que en uno de los momentos más brillantes de su historia política inventó la ONU, puede ser ahora su sepulturero. En Siria, Barack Obama puede desmentir los argumentos de quienes le otorgaron el Premio Nobel de la Paz y hundir el último clavo al ataúd de un proyecto que aún posee potencial.
Para la organización mundial no se trata solo de no aprobar la agresión, mirar para otro lado o lavarse las manos. La tarea del momento es tratar de impedir el ataque norteamericano que se convertirá en una línea de no retorno, no solo para la región. Rusia o China pudieran además convocar al Consejo de Seguridad e incluso a la Asamblea General, no para auspiciar la agresión sino para detenerla. La opción existe; por ahora falta la voluntad. Allá nos vemos.


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Jorge Gómez Barata

Profesor, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU. y especializado en temas de política internacional.


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