Las grandes ideas son sencillas, pero también lo son los grandes equívocos. Al menos en la historia, la política y la sociología la complejidad es la regla. Todo análisis será más completo mientras más concatenaciones establezcan.
Así ocurre con el diferendo entre Cuba y los Estados Unidos, y con los caminos para el entendimiento y la normalización de las relaciones, en lo cual no hay victorias contundentes, derrotas aplastantes, ni empates. Estados Unidos, que es quien ha cedido y depuesto sus actitudes viscerales, ha confesado el fracaso de sus políticas
La idea de que las decisiones adoptadas por el presidente Barack Obama para avanzar en la normalización de las relaciones con Cuba, y su pedido al Congreso de que levante el bloqueo, son sólo un cambio de táctica para acabar de otro modo con la Revolución Cubana, aunque con muchos ingredientes, no contiene toda la verdad.
Es poco creíble que el establishment norteamericano se trace metas y emprenda un camino en el cual no hay certezas, y puede tomarle otros cincuenta años. Más probable es el enfoque geopolítico basado en el cálculo de costos y beneficios respecto a sus políticas latinoamericanas. Aunque equivocados, probablemente hayan percibido mutaciones en la sociedad cubana que, según sus creencias, estratégicamente pueden favorecer sus objetivos.
No es sostenible la idea de que la administración estadounidense actúa movida solo por intereses económicos y comerciales al descubrir que los cubanos son un mercado de 11 millones de consumidores. Tampoco se trata de que los libertarios norteamericanos hayan impuesto su criterio, ni de que la ONU o América Latina hayan acorralado a los Estados Unidos. La coyuntura contiene todo eso y más.
En realidad lo más importante fue expuesto con sinceridad por el presidente Barack Obama, quien admitió lo que hace mucho tiempo era conocido y admitido por muchos, incluso por no pocos norteamericanos: la política de bloqueo, agresión y aislamiento a Cuba fracasaron, y acarrea más costos políticos que beneficios.
Las sociedades, las historias, y las estructuras políticas e ideológicas de Cuba y los Estados Unidos, aunque estrechamente relacionadas a lo largo de doscientos años, registran identidades, aunque también profundas diferencias y asimetrías. Por culpa de las políticas norteamericanas las primeras se congelaron, y las segundas se reforzaron.
De lo que no pueden los Estados Unidos albergar duda alguna es de la capacidad del pueblo cubano para resistir, del talento de su liderazgo para introducir reformas, y de sus esfuerzos para dotar al sistema de la eficiencia necesaria para su renovación y preservación.
La claridad de objetivos, así como la manera resuelta y competente, a la vez que flexible, como la parte cubana se conduce en las conversaciones, muestra un dato con el cual tal vez los estrategas norteamericanos no contaban y que ha impresionado a la opinión pública. Elegantes y discretos, responsables y calificados, los negociadores cubanos han mostrado estar a la altura de la historia, y de la tarea encomendada. Allá nos vemos.
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