En política lo espectacular no es necesariamente lo más relevante. El caso de Edward Snowden refuerza la certeza de la escala global a que, en nombre de la lucha antiterrorista y de seguridad nacional, Estados Unidos espía a ciudadanos e instituciones en todo el mundo. No obstante el resultado más importante es la ratificación de la cohesión de las alianzas surgidas en la zaga de la Guerra Fría. Las potencias de occidente y oriente no sólo dejaron de ser enemigas sino que se volvieron aliadas.
Aprovechando una imprecisión del servicio exterior ecuatoriano, la República Popular China y el gobernador de Hong Kong se deshicieron del ex espía norteamericano; Edward Snowden, un golden boy de los servicios de inteligencia estadounidenses que, al parecer, aquejado por una crisis de conciencia decidió desertar de las filas de la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.
El analista al que un accidente hizo fracasar como integrante de las tropas especiales, protagonizó una ascendente carrera en las esferas de seguridad y el espionaje en el ciber espacio mundial, erró al no percatarse de la hondura de los cambios operados en el mapa político e ideológico mundial y elegir a Moscú como lugar para su presunto asilo.
El Kremlin y los herederos de la KGB que veinte años atrás lo hubieran acogido con beneplácito y premiado con medalla, apartamento y mesada, esta vez no han escatimado palabras y gestos para mostrarle que no es bienvenido, condicionando la hospitalidad al silencio respecto a Estados Unidos.
Como para no dejar dudas, relevando al gobierno, al Servicio Federal de Emigración y a la cancillería de sus obligaciones, el presidente Vladimir Putin, personalmente, en varias oportunidades ha dejado claro que Rusia cobijaría a Snowden, siempre y cuando se comprometiera a no hacer nada que perjudique a sus socios norteamericanos. Se trata de un aviso a todos los factores de la política mundial acerca de que Rusia no servirá más como plataforma para impugnar a Estados Unidos.
Aunque con más decoro que Francia, Portugal, España e Italia, la administración rusa también se ha esforzado por complacer y cooperar con Estados Unidos, incluso en torno a la patraña norteamericana de que Snowden abordó en Moscú el avión del presidente Evo Morales que la involucró. Al respecto un vocero se limitó a declarar que la actitud hacía Morales no había sido amistosa con Rusia.
Tanto la izquierda antiimperialista como los procesos en ruta de colisión con los Estados Unidos, incluso los individuos que actuando por su cuenta emprendan acciones contraria a los intereses y las políticas imperiales, pueden tomar notas y sacar conclusiones acerca de los límites de la comprensión que pueden esperar de las súper potencias exsocialistas. La confrontación ideológica y política entre ellas y Washington es agua pasada que, como se sabe, no mueve molinos.
Es cierto que entre estos factores de la política mundial, cada uno con sus propios intereses, existen contradicciones y eventualmente roces; aunque puede apostarse de que tales desencuentros no conducirán a confrontaciones mayores. Rusia ha sido categórica: sus coincidencias con Estados Unidos pesan más que sus diferencias. Allá nos vemos.
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