En términos políticos, a largos plazos, el desarrollo de la sociedad es previsible. El progreso material, cultural, científico y técnico, así como el perfeccionamiento institucional dan lugar a una hoja de ruta más o menos compartida. La excepción es el Oriente Medio.
Con la entrada en acción de la coalición liderada por Arabia Saudita contra Yemen, toda la región y parte de África del Norte está en guerra. En lugar de resolverse, los conflictos en esa región agravan y multiplican
Técnicamente, el megaconflicto actual se inició en 1948 con la primera de cuatro guerras entre árabes e israelíes, (1948, 1956, 1967 y 1973), y la guerra de Liberación de Argelia que duró ocho años (1954-1962), en la cual tomaron parte 400 000 efectivos franceses.
A las constantes agresiones de Israel contra Palestina y las intifadas o rebeliones con la cual ese sufrido pueblo ha respondido a lo largo de más de 60 años, se han sumado las agresiones al Líbano, y la ocupación de territorios en Siria, Jordania y Egipto.
En 1978 con los acuerdos de Camp David y los entendimientos que otorgaron autonomía a Palestina, y condujeron a la formación de la Autoridad Nacional Palestina, surgió una expectativa de paz que se ha esfumado como agua entre los dedos.
En 1979, después de ser derrocado el sha de Irán, se constituyó en aquel importante país, el más occidentalizado del Oriente Medio, una teocracia, cuyo desempeño ha matizado fuertemente el último tramo en la historia de una región, en la cual las manipulaciones en torno al petróleo han sido decisivas.
Entre 1980 y 1990 se libró la guerra entre Irán e Irak, (1980-1990), saldada con un millón de muertos, y en agosto de 1990 Saddam Hussein emprendió la aventura de Kuwait, provocando la Guerra del Golfo Pérsico entre una coalición amparada por la ONU y liderada por Estados Unidos, que involucró a medio millón de efectivos y enfrentó al ejército de Irak, calculado en un número similar.
La guinda de esa torta la aportó el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, que desató la llamada “guerra al terrorismo”, como parte de la cual Estados Unidos invadió a Afganistán y a Irak, se generó el insólito e interminable conflicto en Siria, se desató la Primavera Árabe que introdujo la crisis en espacios relativamente estables como Túnez, Egipto y Libia, y apareció el Estado o Califato Islámico, que ha acabado de caotizar a la región.
No existe hoy ningún país árabe con instituciones consolidadas, proyectos políticos avanzados, cohesión interna, ni programas de desarrollo plausibles. La única perspectiva cierta en la región es la guerra, y la agravación de los conflictos.
Estados Unidos, Europa, Rusia y China por separado no están en condiciones de influir positivamente en la región, y sus rivalidades y falta de visión les impide ponerse de acuerdo para encontrar soluciones que pasan por la paz y el establecimiento de instituciones y liderazgos que, aunque con características, propias, apunten a la democracia e incorporen a la región a las corrientes del progreso.
Por ahora esa perspectiva está más allá del horizonte. América Latina que ha alcanzado la paz y la bonanza que nadie tiene, debe cuidarla como a la niña de los ojos. Estados Unidos debería colaborar porque ese status lo beneficia. Ojalá la Cumbre de las Américas no sea otra oportunidad perdida con efectos imprevisibles y pronósticos reservados. Allá nos vemos.
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