La enfermedad renal crónica (ERC) es una situación progresiva donde los riñones disminuyen progresivamente su facultad para depurar los desechos y el excedente de líquidos de la sangre. Se cataloga en cinco fases, en dependencia de la función renal. En la fase 3, los riñones todavía trabajan, pero con una disminución manifiesta de su capacidad, y eso pudiera conducir al acúmulo de toxinas en el organismo.
En esta fase, la sintomatología pudiera estar ausentes o ser leves, pero determinados enfermos pudieran sufrir de hinchazón, fatiga, problemas para dormir y presión arterial alta. La actividad renal se calcula principalmente a través de la tasa de filtración glomerular (TFG), que en la fase 3 se reduce entre el 30 y el 59 por ciento de la función corriente. Eso revela que los riñones ya no se encuentran funcionando a su óptima capacidad.
El tratamiento en esta fase se orienta en regular los elementos de riesgo, como la diabetes y la hipertensión, que pudieran agravar el padecimiento. Los enfermos necesitan tomar medicamentos, efectuar cambios en su alimentación, y, en ciertos casos, mantener un control más estrecho con su doctor para demorar la progresión hacia fases más serias de la enfermedad renal.
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Las terapias emergentes
La enfermedad renal crónica (ERC) es un estado progresivo que perjudica la función renal y pudiera llevar a insuficiencia renal terminal si adecuadamente no se controla. Mientras la medicina progresa, aparecen terapias emergentes modernas que intentan optimizar la calidad de la vida de estos enfermos y demorar el avance de la enfermedad. Varias de estos tratamientos apuntan a la medicación farmacológico, con medicamentos que modifican vías moleculares y metabólicas partícipes en el daño renal. Una muestra de ellos son los inhibidores de SGLT2 (transportadores sodio-glucosa tipo 2), que, más allá de su importancia en la diabetes, han mostrado poseer beneficios reno protectores, disminuyendo la progresión de la IRC en pacientes tanto no diabéticos como diabéticos.
Otras terapias emergentes se centralizan en la regeneración y reparación del tejido dañado del riñón. Se han perfeccionado caminos sustentados en terapia génica y células madre, que poseen el potencial de restituir la función renal al reconstruir las nefronas o disminuir el daño en las estructuras del riñón. Los estudios en células madre han demostrado prometedores resultados en investigaciones preclínicas, empleando células madre pluripotentes o células pertenecientes al enfermo para crear tejidos renales funcionales, aunque aún se necesitan más pruebas clínicas para comprobar su eficacia y seguridad a largo plazo.
Los procedimientos basados en la microbiota intestinal igualmente están surgiendo como una interesante vía en el manejo de la IRC. Las variaciones del microbiota intestinal se han vinculado con el deterioro de la función renal y la inflamación crónica. Luego, el empleo de prebióticos, probióticos o terapias para restaurar un equilibrio saludable de la microbiota podría poseer beneficiosos efectos en la progresión de la enfermedad renal. Recientes investigaciones apuntan a que al modificarse el microbiota intestinal pudiera reducirse la carga inflamatoria y optimizarse la función renal en enfermos con ERC, no obstante, esta área siga siendo objeto de estudios intensos.
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Por último, las terapias encaminadas a la fibrosis renal se encuentran conquistando terreno. La fibrosis es un distintivo esencial de la progresión de la ERC, y los medicamentos anti fibróticos como el pirfenidón o el nintedanib, ya admitidos para otras situaciones, se hallan siendo evaluados para su empleo en la insuficiencia renal crónica. Estos agentes pudieran ayudar a disminuir el acúmulo de tejido cicatricial en los riñones y, consecuentemente, ralentizar la merma de la función renal. La combinación de enfoques terapéuticos que comprenden regeneración celular, tratamientos farmacológicos, control de la fibrosis y modulación de la microbiota, prometen brindar esperanzas nuevas a los enfermos con ERC en las venideras décadas.
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